miércoles, 19 de mayo de 2010

Un lugar que hace que las cosas valgan la pena

Por: Mabel Rodríguez Centeno

En 1983 emprendí un viaje desde Jayuya hasta Río Piedras. En ese año llegué a la Iupi y no me fui jamás. Actualmente soy Catedrática del Departamento de Humanidades en la Facultad de Estudios Generales, Recinto de Río Piedras.

Aquella universidad de 1983 me sedujo. En la escuela había sido alumna de buenas notas, pero nada del otro mundo, porque, en general, vivía mi escolaridad aburrida y distraída. Pero Río Piedras era otra cosa. La biblioteca me atrapó. No podría contar las horas de mi vida que pasaba en La Lázaro. Hacía excursiones por todas las Salas y a cada una iba en momentos distintos. A Revistas a leer el periódico, a Juan Ramón Jiménez y Zenobia a estudiar para los exámenes y a leer lo que me requería más concentración, la Regional y del Caribe también estaba entre mis favoritas. Y mi día siempre terminaba estudiando, leyendo o repasando en Reserva con todos mis amigos. A las 10PM salíamos en bonche para nuestras respectivas residencias, hospedajes o apartamentos, yo con el grupo de Santa Rita.

Las clases me gustaban mucho, cuando no era por el profesor o la profesora, era por la materia, o simplemente por las lecturas que me proponían o el reto que me suponían.

Muy pronto todo eso dio por resultado el reconocimiento a mi mérito académico, mi matrícula de honor. Yo tenía la beca Pell pero era francamente insuficiente para mis gastos como “estudiante de la Isla”. En 1984 llegó mi hermana Coral y en 1985 mi hermano Miguel Juan, todos becados y todos eternamente pelados. Mi matrícula de honor (que nunca fue una beca, sino un reconocimiento a mi desempeño académico) nos daba cierta “dignidad”. Con ella hicimos un fondo para alquilar un apartamento en Santa Rita y vivir todos juntos. Con ella nos ayudábamos para sobrevivir, porque pese a todo, los tres teníamos que trabajar.

Con el paso de los años yo ingresé a la Escuela Graduada de Historia, fue complicado porque al graduarme tenía que volver a “hacer méritos” para mi matrícula de honor. Toqué todas las puertas. Nunca olvidaré a mi oficial de asistencia económica, porque fue ella quien me dio la solución. Seguir matriculada en bachillerato pero habar con la dirección del Programa y con la coordinadora de la Escuela Graduada para que me permitieran tomar cursos graduados sin graduarme y así lo hice. Pero tarde o temprano llegó el momento de la graduación y con él el enorme problema de cómo pagar la matrícula, porque a nivel graduado las ayudas federales no existen y la estatal no alcanzaba para nada. Todavía recuerdo el “serrucho” entre mis amigos y compañeros de Historia para matricularme en agosto de 1988. Nada, lo resolví cambiando mi antiguo trabajo de jornal por un contrato como asistente de investigación. Claro, unos cuantos créditos después de mi ingreso a la maestría volví a recibir mi merecida distinción, la matrícula de honor.

La Universidad que yo conozco, en la que estudié mi bachillerato y maestría y en la que trabajo desde mi regreso al país, una vez doctorada (de El Colegio de México) en 1997, es una universidad de verdad, de esas que se rigen por el principio del mérito, una universidad siempre capaz de distinguir con matrículas de honor, con plazas docentes, con permanencias, con asensos en rango, con descargas para investigación, con becas para desarrollar proyectos y capaz de conceder años sabáticos.

Por conservar esa universidad es que mis estudiantes están en huelga y esta profesora está en los portones, porque nosotros sabemos lo que al parecer la administración y el gobierno ignoran. Nosotros sabemos que hay que defender con todas nuestras fuerzas el mérito (académico, atlético y artístico), porque sin ese principio rector la Universidad de Puerto Rico (en todos sus recintos) dejaría de ser lo que debe ser y siempre tendrá que ser: un lugar que hace que las cosas valgan la pena.

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