No me gustan los afanes protagónicos. Creo firmemente en que un movimiento estudiantil debe mantener su carácter colectivo, si bien heterogéneo, por encima de todo. En el momento que inician los “yo hago” o “yo soy”, se pierde de perspectiva que es un movimiento para “nosotros” que también se extiende a un “ellos” imaginado que está o no está, que viene o no viene después.
Sin embargo, ante los discursos de algunos estudiantes que no pueden rebasar la línea del derecho individual hacia el lado del deber y el derecho colectivos (aquellos que hablan de cómo sus intereses serán afectados), rindo mi testimonio. Al igual que los demás que aquí se recogen, ofrece una versión, una voz, que se extiende para ser reconocida por otros, para mover a la empatía y la solidaridad.
Fui admitida a la Universidad de Puerto Rico en 1992 y logré pagar la matrícula y cubrir parte de mis gastos con la Beca Pell. Vivía con dos compañeras en un apartamento en Río Piedras y mi familia no tenía la solvencia económica para ayudarme con nada. Ese primer año trabajé dentro de la Universidad, gracias a fondos de la misma institución, asistiendo en la investigación de un profesor en el Departamento de Ciencias Sociales en la Facultad de Estudios Generales. Pasaba todo mi tiempo en la universidad y, por la multiplicidad de experiencias educativas y culturales, conseguí buenas notas, exención de matrícula y nominación al Programa de Estudios de Honor.
Sin embargo, los fondos para mi asistencia de investigación no se renovaron. Desde mi segundo año, y hasta que me gradué en 1996, tuve que trabajar de mesera en el Viejo San Juan y en Condado para completar los $300 dólares mensuales que recibía de Beca Pell. Estudiaba duro y trabajaba duro y vivía por mi cuenta. Pagaba renta, servicios, pasajes de guagua al inicio y luego gasolina cuando pude ahorrar un poco y comprar un carro, comida y sí, entretenimiento. (Porque todo el mundo tiene derecho al tiempo libre).
Mantuve mis notas, solicité un intercambio muy competitivo a Hunter College (de la City University of New York) y lo conseguí. Pude cursar un año de estudios en Hunter, gracias a que me respetaron la exención, me dieron la Beca Pell, trabajé en el Centro de Estudios Puertorriqueños como asistente de investigación y con una familia como niñera. Cuando regresé a la UPR, me gradué en cuatro años del Bachillerato en Estudios Latinoamericanos, Magna Cum Laude y con créditos extra. Solicité y fui admitida a la Maestría en Literatura Comparada.
En 1997, comencé mis estudios graduados y mantuve la exención porque trabajaba como asistente de cátedra en el Centro de Competencias Lingüísticas de la Facultad de Estudios Generales. Aprendí tanto de esa experiencia… Lo principal fue mi pasión por la educación universitaria. Mientras tanto, tomaba mis cursos de maestría, los cuales terminé a tiempo y pasé el examen de grado exitosamente. Una fundación privada me otorgó una beca y pude ir a México, Distrito Federal, para cursar un año en el programa graduado de Comunicación Social en la Universidad Iberoamericana. La experiencia en México me enriqueció muchísimo: tomé 8 cursos graduados que aprobé con notas sobresalientes, completé una investigación sobre los jóvenes en el movimiento cultural-musical del hardcore y presenté un adelanto de mi investigación de tesis de maestría en Literatura en una conferencia profesional en la Universidad Autónoma Metropolitana.
Cuando regresé a Puerto Rico, no pude continuar mi trabajo de asistencia de cátedra. En ese entonces, el límite de años para trabajar en asistencias era de 2 años (que yo ya había cumplido). Tenía que escribir mi tesis de maestría, pero necesitaba sobrevivir… Tuve entonces que tomar un trabajo a tiempo completo en una editorial privada. Aunque esto me dio una experiencia profesional en la empresa privada y en el mundo de los libros, me dejó con un tiempo muy reducido para dedicarme a mi tesis de maestría. ¡Tardé 5 años en poder escribirla! Y sólo la pude completar cuando quitaron el límite de años para las asistencias de cátedra e investigación. Pude así regresar a la Universidad como ayudante de investigación en el Centro de Investigaciones Sociales, lo cual me brindó nuevos conocimientos y tiempo para escribir. En 2005 me gradué con la Maestría en Literatura Comparada y recibí el premio Robert Lewis por la mejor tesis de maestría en Literatura. En 2006 comencé mis estudios doctorales en Estudios Hispánicos en la Universidad de Pennsylvania (en Filadelfia), donde además de pagarme los estudios, me proveen con un estipendio anual y fondos para viajes de investigación.
¿Qué significa todo esto para mí? Significa que quiero que otros tengan iguales y mejores oportunidades para educarse y seguir la profesión que deseen. En todo este ambiente de discusión sobre la universidad he escuchado muchas opiniones y creo que destacan tres posturas: la de quienes no conocen la UPR y/o no saben lo que es tener que trabajar para poder sobrevivir y estudiar; la de quienes conocen estos percances pero tienen la actitud de “si yo lo hice, que lo hagan los otros también, que suden igual que yo”; y la de quienes queremos que las condiciones mejoren para todos los estudiantes sin importar sus condiciones económicas. Por eso, durante esta huelga, extiendo todo mi apoyo y me uno en cada gestión que hacen egresados y puertorriqueños en el extranjero a favor de una universidad democrática y realmente autónoma. Cedo así a esta iniciativa, aunque caiga en el “yo”, esperanzada que de “yo” en “yo” hagamos un “nosotros” heterogéneo y solidario.
Judith Sierra-Rivera
(UPR-Río Piedras, BA 1996; MA 2005)
Candidata doctoral en Estudios Hispánicos
University of Pennsylvania, Filadelfia, Estados Unidos
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