Por las ayudas economicas y becas de la UPRM logre obtener un bachillerato en Biologia en el año 1986, una maestria en Microbiologia en el 1988, un Doctorado en Ciencias Marinas (Oceanografia Quimica) en el 1998, un Juris Doctor en el 2008, una Certificacion como Mediadora en el 2008 y soy abogada licenciada y notaria desde el año 2009. Desde hace 10 años laboro como Asociado en Investigaciones en la UPRM y soy parte de esta gran comunidad universitaria, a mucho ORGULLO.
Pero en PR hace falta mucho por hacer para que la educacion sea publica, gratuita y accesible a todos. Alli esta el futuro de nuestro pais. Defendamos nuestra educacion y que reine la justicia y la verdad, las ayudas economicas es lo menos que le podemos ofrecer a nuestros estudiantes.
Adelante siempre,
Dra. Ana J. Navarro, Ph.D., J.D.
martes, 25 de mayo de 2010
jueves, 20 de mayo de 2010
Caso de éxito: Periodismo
Mi nombre es Ramonita Gómez Cuebas. Soy periodista hace 20 años y estudié el bachillerato gracias a las ayudas económicas del Estado y del Imperio. En los tiempos revueltos de los ’70, la beca Pell se llamaba BEOG.
También había una ínfima cantidad que aportaba el gobierno central para quienes manteníamos cierto promedio académico.
Hice un préstamo estudiantil –federal, según distinguían entonces, significando que podía ser de cuatro cifras- el cual nunca pagué por un albur de la vida.
No obtuve mi BA del Colegio de Mayagüez con honores porque me distraje haciendo piquetes, huelgas, protestas contra el militarismo del ROTC en la universidad; cerrando por la fuerza un salón comedor ‘deluxe’ para administradores (con cerveza de barril y mantelería), mientras a nosotros la compañía norteamericana Slater nos servía abominables ‘alimentos’. Por supuesto que nunca lo inauguraron, pues los estudiantes les viramos las bandejas a la Slater, y parece que eso tuvo poder de convencimiento.
Pero a fin de cuentas me gradué. Siete años me tomó hacer un bachillerato en Humanidades, Pedagogía y Drama (convalidada esta especialidad por la UPR central); porque la distracción incluyó casarme, tener un hijo y divorciarme estando en la universidad.
Para hacer corto un cuento muy largo –siete años, imagínenlo- les digo como le dije a un cuñado recientemente “a mí la universidad me cambió la vida”. Lanzada a la vida desde un hogar de campesinos agricultores, soy primera generación de universitarios. Con eso lo digo todo. Y por supuesto que he continuado estudios -formales e informales- en historia y literatura, etcétera, etcétera, etcétera.
También había una ínfima cantidad que aportaba el gobierno central para quienes manteníamos cierto promedio académico.
Hice un préstamo estudiantil –federal, según distinguían entonces, significando que podía ser de cuatro cifras- el cual nunca pagué por un albur de la vida.
No obtuve mi BA del Colegio de Mayagüez con honores porque me distraje haciendo piquetes, huelgas, protestas contra el militarismo del ROTC en la universidad; cerrando por la fuerza un salón comedor ‘deluxe’ para administradores (con cerveza de barril y mantelería), mientras a nosotros la compañía norteamericana Slater nos servía abominables ‘alimentos’. Por supuesto que nunca lo inauguraron, pues los estudiantes les viramos las bandejas a la Slater, y parece que eso tuvo poder de convencimiento.
Pero a fin de cuentas me gradué. Siete años me tomó hacer un bachillerato en Humanidades, Pedagogía y Drama (convalidada esta especialidad por la UPR central); porque la distracción incluyó casarme, tener un hijo y divorciarme estando en la universidad.
Para hacer corto un cuento muy largo –siete años, imagínenlo- les digo como le dije a un cuñado recientemente “a mí la universidad me cambió la vida”. Lanzada a la vida desde un hogar de campesinos agricultores, soy primera generación de universitarios. Con eso lo digo todo. Y por supuesto que he continuado estudios -formales e informales- en historia y literatura, etcétera, etcétera, etcétera.
miércoles, 19 de mayo de 2010
Un lugar que hace que las cosas valgan la pena
Por: Mabel Rodríguez Centeno
En 1983 emprendí un viaje desde Jayuya hasta Río Piedras. En ese año llegué a la Iupi y no me fui jamás. Actualmente soy Catedrática del Departamento de Humanidades en la Facultad de Estudios Generales, Recinto de Río Piedras.
Aquella universidad de 1983 me sedujo. En la escuela había sido alumna de buenas notas, pero nada del otro mundo, porque, en general, vivía mi escolaridad aburrida y distraída. Pero Río Piedras era otra cosa. La biblioteca me atrapó. No podría contar las horas de mi vida que pasaba en La Lázaro. Hacía excursiones por todas las Salas y a cada una iba en momentos distintos. A Revistas a leer el periódico, a Juan Ramón Jiménez y Zenobia a estudiar para los exámenes y a leer lo que me requería más concentración, la Regional y del Caribe también estaba entre mis favoritas. Y mi día siempre terminaba estudiando, leyendo o repasando en Reserva con todos mis amigos. A las 10PM salíamos en bonche para nuestras respectivas residencias, hospedajes o apartamentos, yo con el grupo de Santa Rita.
Las clases me gustaban mucho, cuando no era por el profesor o la profesora, era por la materia, o simplemente por las lecturas que me proponían o el reto que me suponían.
Muy pronto todo eso dio por resultado el reconocimiento a mi mérito académico, mi matrícula de honor. Yo tenía la beca Pell pero era francamente insuficiente para mis gastos como “estudiante de la Isla”. En 1984 llegó mi hermana Coral y en 1985 mi hermano Miguel Juan, todos becados y todos eternamente pelados. Mi matrícula de honor (que nunca fue una beca, sino un reconocimiento a mi desempeño académico) nos daba cierta “dignidad”. Con ella hicimos un fondo para alquilar un apartamento en Santa Rita y vivir todos juntos. Con ella nos ayudábamos para sobrevivir, porque pese a todo, los tres teníamos que trabajar.
Con el paso de los años yo ingresé a la Escuela Graduada de Historia, fue complicado porque al graduarme tenía que volver a “hacer méritos” para mi matrícula de honor. Toqué todas las puertas. Nunca olvidaré a mi oficial de asistencia económica, porque fue ella quien me dio la solución. Seguir matriculada en bachillerato pero habar con la dirección del Programa y con la coordinadora de la Escuela Graduada para que me permitieran tomar cursos graduados sin graduarme y así lo hice. Pero tarde o temprano llegó el momento de la graduación y con él el enorme problema de cómo pagar la matrícula, porque a nivel graduado las ayudas federales no existen y la estatal no alcanzaba para nada. Todavía recuerdo el “serrucho” entre mis amigos y compañeros de Historia para matricularme en agosto de 1988. Nada, lo resolví cambiando mi antiguo trabajo de jornal por un contrato como asistente de investigación. Claro, unos cuantos créditos después de mi ingreso a la maestría volví a recibir mi merecida distinción, la matrícula de honor.
La Universidad que yo conozco, en la que estudié mi bachillerato y maestría y en la que trabajo desde mi regreso al país, una vez doctorada (de El Colegio de México) en 1997, es una universidad de verdad, de esas que se rigen por el principio del mérito, una universidad siempre capaz de distinguir con matrículas de honor, con plazas docentes, con permanencias, con asensos en rango, con descargas para investigación, con becas para desarrollar proyectos y capaz de conceder años sabáticos.
Por conservar esa universidad es que mis estudiantes están en huelga y esta profesora está en los portones, porque nosotros sabemos lo que al parecer la administración y el gobierno ignoran. Nosotros sabemos que hay que defender con todas nuestras fuerzas el mérito (académico, atlético y artístico), porque sin ese principio rector la Universidad de Puerto Rico (en todos sus recintos) dejaría de ser lo que debe ser y siempre tendrá que ser: un lugar que hace que las cosas valgan la pena.
En 1983 emprendí un viaje desde Jayuya hasta Río Piedras. En ese año llegué a la Iupi y no me fui jamás. Actualmente soy Catedrática del Departamento de Humanidades en la Facultad de Estudios Generales, Recinto de Río Piedras.
Aquella universidad de 1983 me sedujo. En la escuela había sido alumna de buenas notas, pero nada del otro mundo, porque, en general, vivía mi escolaridad aburrida y distraída. Pero Río Piedras era otra cosa. La biblioteca me atrapó. No podría contar las horas de mi vida que pasaba en La Lázaro. Hacía excursiones por todas las Salas y a cada una iba en momentos distintos. A Revistas a leer el periódico, a Juan Ramón Jiménez y Zenobia a estudiar para los exámenes y a leer lo que me requería más concentración, la Regional y del Caribe también estaba entre mis favoritas. Y mi día siempre terminaba estudiando, leyendo o repasando en Reserva con todos mis amigos. A las 10PM salíamos en bonche para nuestras respectivas residencias, hospedajes o apartamentos, yo con el grupo de Santa Rita.
Las clases me gustaban mucho, cuando no era por el profesor o la profesora, era por la materia, o simplemente por las lecturas que me proponían o el reto que me suponían.
Muy pronto todo eso dio por resultado el reconocimiento a mi mérito académico, mi matrícula de honor. Yo tenía la beca Pell pero era francamente insuficiente para mis gastos como “estudiante de la Isla”. En 1984 llegó mi hermana Coral y en 1985 mi hermano Miguel Juan, todos becados y todos eternamente pelados. Mi matrícula de honor (que nunca fue una beca, sino un reconocimiento a mi desempeño académico) nos daba cierta “dignidad”. Con ella hicimos un fondo para alquilar un apartamento en Santa Rita y vivir todos juntos. Con ella nos ayudábamos para sobrevivir, porque pese a todo, los tres teníamos que trabajar.
Con el paso de los años yo ingresé a la Escuela Graduada de Historia, fue complicado porque al graduarme tenía que volver a “hacer méritos” para mi matrícula de honor. Toqué todas las puertas. Nunca olvidaré a mi oficial de asistencia económica, porque fue ella quien me dio la solución. Seguir matriculada en bachillerato pero habar con la dirección del Programa y con la coordinadora de la Escuela Graduada para que me permitieran tomar cursos graduados sin graduarme y así lo hice. Pero tarde o temprano llegó el momento de la graduación y con él el enorme problema de cómo pagar la matrícula, porque a nivel graduado las ayudas federales no existen y la estatal no alcanzaba para nada. Todavía recuerdo el “serrucho” entre mis amigos y compañeros de Historia para matricularme en agosto de 1988. Nada, lo resolví cambiando mi antiguo trabajo de jornal por un contrato como asistente de investigación. Claro, unos cuantos créditos después de mi ingreso a la maestría volví a recibir mi merecida distinción, la matrícula de honor.
La Universidad que yo conozco, en la que estudié mi bachillerato y maestría y en la que trabajo desde mi regreso al país, una vez doctorada (de El Colegio de México) en 1997, es una universidad de verdad, de esas que se rigen por el principio del mérito, una universidad siempre capaz de distinguir con matrículas de honor, con plazas docentes, con permanencias, con asensos en rango, con descargas para investigación, con becas para desarrollar proyectos y capaz de conceder años sabáticos.
Por conservar esa universidad es que mis estudiantes están en huelga y esta profesora está en los portones, porque nosotros sabemos lo que al parecer la administración y el gobierno ignoran. Nosotros sabemos que hay que defender con todas nuestras fuerzas el mérito (académico, atlético y artístico), porque sin ese principio rector la Universidad de Puerto Rico (en todos sus recintos) dejaría de ser lo que debe ser y siempre tendrá que ser: un lugar que hace que las cosas valgan la pena.
Del “yo” al “nosotros”: una voz por la solidaridad
No me gustan los afanes protagónicos. Creo firmemente en que un movimiento estudiantil debe mantener su carácter colectivo, si bien heterogéneo, por encima de todo. En el momento que inician los “yo hago” o “yo soy”, se pierde de perspectiva que es un movimiento para “nosotros” que también se extiende a un “ellos” imaginado que está o no está, que viene o no viene después.
Sin embargo, ante los discursos de algunos estudiantes que no pueden rebasar la línea del derecho individual hacia el lado del deber y el derecho colectivos (aquellos que hablan de cómo sus intereses serán afectados), rindo mi testimonio. Al igual que los demás que aquí se recogen, ofrece una versión, una voz, que se extiende para ser reconocida por otros, para mover a la empatía y la solidaridad.
Fui admitida a la Universidad de Puerto Rico en 1992 y logré pagar la matrícula y cubrir parte de mis gastos con la Beca Pell. Vivía con dos compañeras en un apartamento en Río Piedras y mi familia no tenía la solvencia económica para ayudarme con nada. Ese primer año trabajé dentro de la Universidad, gracias a fondos de la misma institución, asistiendo en la investigación de un profesor en el Departamento de Ciencias Sociales en la Facultad de Estudios Generales. Pasaba todo mi tiempo en la universidad y, por la multiplicidad de experiencias educativas y culturales, conseguí buenas notas, exención de matrícula y nominación al Programa de Estudios de Honor.
Sin embargo, los fondos para mi asistencia de investigación no se renovaron. Desde mi segundo año, y hasta que me gradué en 1996, tuve que trabajar de mesera en el Viejo San Juan y en Condado para completar los $300 dólares mensuales que recibía de Beca Pell. Estudiaba duro y trabajaba duro y vivía por mi cuenta. Pagaba renta, servicios, pasajes de guagua al inicio y luego gasolina cuando pude ahorrar un poco y comprar un carro, comida y sí, entretenimiento. (Porque todo el mundo tiene derecho al tiempo libre).
Mantuve mis notas, solicité un intercambio muy competitivo a Hunter College (de la City University of New York) y lo conseguí. Pude cursar un año de estudios en Hunter, gracias a que me respetaron la exención, me dieron la Beca Pell, trabajé en el Centro de Estudios Puertorriqueños como asistente de investigación y con una familia como niñera. Cuando regresé a la UPR, me gradué en cuatro años del Bachillerato en Estudios Latinoamericanos, Magna Cum Laude y con créditos extra. Solicité y fui admitida a la Maestría en Literatura Comparada.
En 1997, comencé mis estudios graduados y mantuve la exención porque trabajaba como asistente de cátedra en el Centro de Competencias Lingüísticas de la Facultad de Estudios Generales. Aprendí tanto de esa experiencia… Lo principal fue mi pasión por la educación universitaria. Mientras tanto, tomaba mis cursos de maestría, los cuales terminé a tiempo y pasé el examen de grado exitosamente. Una fundación privada me otorgó una beca y pude ir a México, Distrito Federal, para cursar un año en el programa graduado de Comunicación Social en la Universidad Iberoamericana. La experiencia en México me enriqueció muchísimo: tomé 8 cursos graduados que aprobé con notas sobresalientes, completé una investigación sobre los jóvenes en el movimiento cultural-musical del hardcore y presenté un adelanto de mi investigación de tesis de maestría en Literatura en una conferencia profesional en la Universidad Autónoma Metropolitana.
Cuando regresé a Puerto Rico, no pude continuar mi trabajo de asistencia de cátedra. En ese entonces, el límite de años para trabajar en asistencias era de 2 años (que yo ya había cumplido). Tenía que escribir mi tesis de maestría, pero necesitaba sobrevivir… Tuve entonces que tomar un trabajo a tiempo completo en una editorial privada. Aunque esto me dio una experiencia profesional en la empresa privada y en el mundo de los libros, me dejó con un tiempo muy reducido para dedicarme a mi tesis de maestría. ¡Tardé 5 años en poder escribirla! Y sólo la pude completar cuando quitaron el límite de años para las asistencias de cátedra e investigación. Pude así regresar a la Universidad como ayudante de investigación en el Centro de Investigaciones Sociales, lo cual me brindó nuevos conocimientos y tiempo para escribir. En 2005 me gradué con la Maestría en Literatura Comparada y recibí el premio Robert Lewis por la mejor tesis de maestría en Literatura. En 2006 comencé mis estudios doctorales en Estudios Hispánicos en la Universidad de Pennsylvania (en Filadelfia), donde además de pagarme los estudios, me proveen con un estipendio anual y fondos para viajes de investigación.
¿Qué significa todo esto para mí? Significa que quiero que otros tengan iguales y mejores oportunidades para educarse y seguir la profesión que deseen. En todo este ambiente de discusión sobre la universidad he escuchado muchas opiniones y creo que destacan tres posturas: la de quienes no conocen la UPR y/o no saben lo que es tener que trabajar para poder sobrevivir y estudiar; la de quienes conocen estos percances pero tienen la actitud de “si yo lo hice, que lo hagan los otros también, que suden igual que yo”; y la de quienes queremos que las condiciones mejoren para todos los estudiantes sin importar sus condiciones económicas. Por eso, durante esta huelga, extiendo todo mi apoyo y me uno en cada gestión que hacen egresados y puertorriqueños en el extranjero a favor de una universidad democrática y realmente autónoma. Cedo así a esta iniciativa, aunque caiga en el “yo”, esperanzada que de “yo” en “yo” hagamos un “nosotros” heterogéneo y solidario.
Judith Sierra-Rivera
(UPR-Río Piedras, BA 1996; MA 2005)
Candidata doctoral en Estudios Hispánicos
University of Pennsylvania, Filadelfia, Estados Unidos
Sin embargo, ante los discursos de algunos estudiantes que no pueden rebasar la línea del derecho individual hacia el lado del deber y el derecho colectivos (aquellos que hablan de cómo sus intereses serán afectados), rindo mi testimonio. Al igual que los demás que aquí se recogen, ofrece una versión, una voz, que se extiende para ser reconocida por otros, para mover a la empatía y la solidaridad.
Fui admitida a la Universidad de Puerto Rico en 1992 y logré pagar la matrícula y cubrir parte de mis gastos con la Beca Pell. Vivía con dos compañeras en un apartamento en Río Piedras y mi familia no tenía la solvencia económica para ayudarme con nada. Ese primer año trabajé dentro de la Universidad, gracias a fondos de la misma institución, asistiendo en la investigación de un profesor en el Departamento de Ciencias Sociales en la Facultad de Estudios Generales. Pasaba todo mi tiempo en la universidad y, por la multiplicidad de experiencias educativas y culturales, conseguí buenas notas, exención de matrícula y nominación al Programa de Estudios de Honor.
Sin embargo, los fondos para mi asistencia de investigación no se renovaron. Desde mi segundo año, y hasta que me gradué en 1996, tuve que trabajar de mesera en el Viejo San Juan y en Condado para completar los $300 dólares mensuales que recibía de Beca Pell. Estudiaba duro y trabajaba duro y vivía por mi cuenta. Pagaba renta, servicios, pasajes de guagua al inicio y luego gasolina cuando pude ahorrar un poco y comprar un carro, comida y sí, entretenimiento. (Porque todo el mundo tiene derecho al tiempo libre).
Mantuve mis notas, solicité un intercambio muy competitivo a Hunter College (de la City University of New York) y lo conseguí. Pude cursar un año de estudios en Hunter, gracias a que me respetaron la exención, me dieron la Beca Pell, trabajé en el Centro de Estudios Puertorriqueños como asistente de investigación y con una familia como niñera. Cuando regresé a la UPR, me gradué en cuatro años del Bachillerato en Estudios Latinoamericanos, Magna Cum Laude y con créditos extra. Solicité y fui admitida a la Maestría en Literatura Comparada.
En 1997, comencé mis estudios graduados y mantuve la exención porque trabajaba como asistente de cátedra en el Centro de Competencias Lingüísticas de la Facultad de Estudios Generales. Aprendí tanto de esa experiencia… Lo principal fue mi pasión por la educación universitaria. Mientras tanto, tomaba mis cursos de maestría, los cuales terminé a tiempo y pasé el examen de grado exitosamente. Una fundación privada me otorgó una beca y pude ir a México, Distrito Federal, para cursar un año en el programa graduado de Comunicación Social en la Universidad Iberoamericana. La experiencia en México me enriqueció muchísimo: tomé 8 cursos graduados que aprobé con notas sobresalientes, completé una investigación sobre los jóvenes en el movimiento cultural-musical del hardcore y presenté un adelanto de mi investigación de tesis de maestría en Literatura en una conferencia profesional en la Universidad Autónoma Metropolitana.
Cuando regresé a Puerto Rico, no pude continuar mi trabajo de asistencia de cátedra. En ese entonces, el límite de años para trabajar en asistencias era de 2 años (que yo ya había cumplido). Tenía que escribir mi tesis de maestría, pero necesitaba sobrevivir… Tuve entonces que tomar un trabajo a tiempo completo en una editorial privada. Aunque esto me dio una experiencia profesional en la empresa privada y en el mundo de los libros, me dejó con un tiempo muy reducido para dedicarme a mi tesis de maestría. ¡Tardé 5 años en poder escribirla! Y sólo la pude completar cuando quitaron el límite de años para las asistencias de cátedra e investigación. Pude así regresar a la Universidad como ayudante de investigación en el Centro de Investigaciones Sociales, lo cual me brindó nuevos conocimientos y tiempo para escribir. En 2005 me gradué con la Maestría en Literatura Comparada y recibí el premio Robert Lewis por la mejor tesis de maestría en Literatura. En 2006 comencé mis estudios doctorales en Estudios Hispánicos en la Universidad de Pennsylvania (en Filadelfia), donde además de pagarme los estudios, me proveen con un estipendio anual y fondos para viajes de investigación.
¿Qué significa todo esto para mí? Significa que quiero que otros tengan iguales y mejores oportunidades para educarse y seguir la profesión que deseen. En todo este ambiente de discusión sobre la universidad he escuchado muchas opiniones y creo que destacan tres posturas: la de quienes no conocen la UPR y/o no saben lo que es tener que trabajar para poder sobrevivir y estudiar; la de quienes conocen estos percances pero tienen la actitud de “si yo lo hice, que lo hagan los otros también, que suden igual que yo”; y la de quienes queremos que las condiciones mejoren para todos los estudiantes sin importar sus condiciones económicas. Por eso, durante esta huelga, extiendo todo mi apoyo y me uno en cada gestión que hacen egresados y puertorriqueños en el extranjero a favor de una universidad democrática y realmente autónoma. Cedo así a esta iniciativa, aunque caiga en el “yo”, esperanzada que de “yo” en “yo” hagamos un “nosotros” heterogéneo y solidario.
Judith Sierra-Rivera
(UPR-Río Piedras, BA 1996; MA 2005)
Candidata doctoral en Estudios Hispánicos
University of Pennsylvania, Filadelfia, Estados Unidos
Exención de matrícula: Caso de Exito 801-Venceremos
Mi nombre es Anayra O Santory Jorge. Entré a la UPR después de la huelga del 80-81 a una Universidad, castigada como la de ahora, por la insolencia de protestar un marcadísimo aumento de matrícula. Como much@s de l@s estudiantes de hoy, vengo de una familia trabajadora. Mi papá, con un modesto sueldo de empleado gubernamental, crió a una familia de cuatro niñ@s. Trabajo desde los 16 años. Entré a la UPR con la Beca Pell y los ahorros que había hecho trabajando de cajera en un supermercado al por mayor. Llegaba al trabajo a las 6 am, en el pon que me daba un vecino, y a las 10:30 am comenzaba en la Universidad.
Después del primer año, pude dejar de levantarme todos los días a las 5:00 am porque recibí la exención de matrícula, la cual mantuve hasta que me gradué de un bachillerato en Filosofía y del Programa de Estudios de Honor. Fui uno de los promedios más altos de mi clase graduanda y recibí la más alta distinción de mi Departamento.
La exención de matrícula me permitió sobrevivir austeramente, diría yo, monacalmente, con lo que "llegaba" de la Beca Pell. Con esto, como uds ahora, pagué escasos libros, numerosas copias, varios hospedajes y el ocasional viaje en la difunta "Motor Coach" a visitar mi familia. Mi primer préstamo ($1,200) y único de estudiante, lo tomé para pagar el pasaje cuando me fui a hacer estudios doctorales. Terminé dichos estudios con igual éxito, obtuve una Fulbright posdoctoral y regresé hace una década a la Universidad de Puerto Rico, donde enseño filosofía con toda la dedicación de la que soy capaz. Según el Sr. Fortuño yo fuí un gasto para el pueblo de Puerto Rico entonces. Su gobierno, en la lógica crematística que le impone a todo, no es capaz de verme, ni verlos, como una productivísima inversión.
Al igual que uds me ofende la aseveración del gobernador que "les sobra dinero" después de pagar la matrícula. Si, sobra algo. Y si con esfuerzo y mérito ganas la exención, te sobra un poco más; el poquito más que ahora les regatean. El poquito que sumado a un gran amor a lo que estudias, un inquebrantable compromiso contig@ mism@ y una buena dosis de ilusión sobre la contribución que puedes hacer al país, te hará sobrevivir con dignidad y con hasta alegría, la estrechez del camino que se debe recorrer hasta graduarse.
Ya quisiera yo que nuestro reclamo fuera el de construir cada vez más anchas alamedas por donde puedan llegar a la Universidad tod@s los hij@s meritorios de este país! Nuestro reclamo es mucho más humilde: queremos que los caminos que afanosamente hemos recorrido no se les llenen a otr@s de matojos y espinas.
Venceremos.
Después del primer año, pude dejar de levantarme todos los días a las 5:00 am porque recibí la exención de matrícula, la cual mantuve hasta que me gradué de un bachillerato en Filosofía y del Programa de Estudios de Honor. Fui uno de los promedios más altos de mi clase graduanda y recibí la más alta distinción de mi Departamento.
La exención de matrícula me permitió sobrevivir austeramente, diría yo, monacalmente, con lo que "llegaba" de la Beca Pell. Con esto, como uds ahora, pagué escasos libros, numerosas copias, varios hospedajes y el ocasional viaje en la difunta "Motor Coach" a visitar mi familia. Mi primer préstamo ($1,200) y único de estudiante, lo tomé para pagar el pasaje cuando me fui a hacer estudios doctorales. Terminé dichos estudios con igual éxito, obtuve una Fulbright posdoctoral y regresé hace una década a la Universidad de Puerto Rico, donde enseño filosofía con toda la dedicación de la que soy capaz. Según el Sr. Fortuño yo fuí un gasto para el pueblo de Puerto Rico entonces. Su gobierno, en la lógica crematística que le impone a todo, no es capaz de verme, ni verlos, como una productivísima inversión.
Al igual que uds me ofende la aseveración del gobernador que "les sobra dinero" después de pagar la matrícula. Si, sobra algo. Y si con esfuerzo y mérito ganas la exención, te sobra un poco más; el poquito más que ahora les regatean. El poquito que sumado a un gran amor a lo que estudias, un inquebrantable compromiso contig@ mism@ y una buena dosis de ilusión sobre la contribución que puedes hacer al país, te hará sobrevivir con dignidad y con hasta alegría, la estrechez del camino que se debe recorrer hasta graduarse.
Ya quisiera yo que nuestro reclamo fuera el de construir cada vez más anchas alamedas por donde puedan llegar a la Universidad tod@s los hij@s meritorios de este país! Nuestro reclamo es mucho más humilde: queremos que los caminos que afanosamente hemos recorrido no se les llenen a otr@s de matojos y espinas.
Venceremos.
¿Por qué creo en esta lucha?
Soy estudiante graduanda de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico (UPR). Me voy a graduar con un excelente promedio y muchos puntos atractivos en mi resumé. Ya pagué los $1,000 del repaso para la reválida, que pienso tomar en septiembre. Tengo una buena oferta para comenzar a trabajar el 1 de octubre.
Con este cuadro, a muchas personas –algunas me lo dicen con admiración, otras con incredulidad y otras desilusionadas- les parece ilógico que apoye la huelga estudiantil, que tiene muchos reclamos válidos, y el más importante de éstos es la derogación de la Certificación 98 de la Junta de Síndicos de la UPR, que pretende que estudiantes que reciben ayuda económica (entiéndase, beca federal Pell) no puedan recibir también exenciones por mérito académico o talento ni otros incentivos económicos.
Estoy en mi último año en la UPR. Los/as estudiantes graduados/as no recibimos beca Pell (aunque sí hay una ayuda económica de $1,000 llamada beca legislativa que, desde antes de la Certificación 98, se le niega a quienes reciben exención de matrícula por ser ayudantes de cátedra e investigación). Los estudios en Derecho que me podrían interesar realizar luego de obtener mi Juris Doctor no se ofrecen en Puerto Rico. ¿Por qué apoyo la huelga si, después de todo, no me afectarán los recortes propuestos y no me voy a beneficiar directamente de los acuerdos que se logren?
Mis compañeros y compañeras en esta lucha enfatizan en que hay que pensar en el colectivo antes que en los planes individuales de cada cual. Aunque creo en esa idea, mi razón para apoyar la huelga es muy individual.
En 1996, luego de que mi papá murió de cáncer del pulmón (¡no fumen!), teníamos miles de dólares en deudas por el año en que estuvo en tratamiento. Mi mamá tomó varios préstamos para poder pagarlas, intentando salvar el crédito perfecto que había tenido hasta entonces. Tocó muchísimas puertas para conseguir un trabajo como maestra en una institución privada, donde sólo le pagaban $1,000 mensuales. Obviamente, sus gastos sobrepasaban sus ingresos, por lo que tuvo que irse a quiebra, no a una quiebra en la que te perdonan todo sino a un capítulo (tipo) en el que te hacen un plan de pago. A pesar de esto, pagó el colegio en el que yo estudiaba hasta 1999, cuando decidí cambiarme a una escuela pública. Mientras, yo, desde los 12 años, trabajé todos los veranos en campamentos y programas similares para que mis gastos personales no afectaran más las finanzas del hogar. Mi hermano, con sólo 17 años, consiguió un trabajo a tiempo completo con el propósito de ayudar económicamente a mi mamá, pero embarazó a su novia y tuvo que dedicar su sueldo a su hijo.
Unos años después, mi mamá consiguió trabajo como maestra bibliotecaria en una escuela pública, por lo que su sueldo aumentó a $1,700 mensuales (es una vergüenza que se le pague tan poco a quienes le brindan el conocimiento básico a gran parte de la población). En el 2003, le exigieron completar un certificado posgraduado en Bibliotecología para mantener su puesto, por lo que, ese año, ella y yo cursamos nuestro primer año de estudios en la UPR, Recinto de Río Piedras.
Ese primer año, no tuve que pagar matrícula, porque me la pagó una beca de una fundación privada, que me gané estando en escuela superior. Asimismo, por los bajos ingresos de mi hogar, recibí la beca Pell completa y cualifiqué para el programa de estudio y trabajo, que es subsidiado con los mismos fondos de las becas Pell, a través del cual fui asistente de cátedra en la Escuela de Comunicación, donde estudié mi primera concentración. Trabajar dentro de la Universidad me permitió involucrarme en actividades extracurriculares, que enriquecieron mi desempeño académico.
Mi mamá y yo terminamos nuestro primer año en la UPR con promedios de 4.00, por lo que cualificamos para exención de matrícula de honor, que mi mamá tuvo en su segundo y último año de certificado y yo mantuve en mis restantes tres años de Bachillerato. Aunque el ingreso de mi casa nunca aumentó y se anunció que habían conseguido más dinero para becas Pell, cada año me redujeron más la beca y no me volvieron a otorgar estudio y trabajo, por lo que trabajé a tiempo parcial fuera de la Universidad para cubrir mis gastos. No desperdicié tiempo ni fondos; me gradué Summa Cum Laude, en cuatro años, con dos concentraciones y un certificado del Programa de Estudios de Honor.
A pesar de que no pagué hospedaje y vivo bastante cerca de la Universidad, en Santurce, todo el dinero de beca Pell que recibí y todos los sueldos que gané en mis trabajos los gasté en libros, copias, equipo audiovisual y otros materiales para mis clases, celular, gasolina, comida y pago del último año de la hipoteca de mi casa. En mi tercer año de Bachillerato, competí por ocho becas privadas, que me permitieron hacer un intercambio de un semestre en España. El semestre antes del viaje, tuve tres trabajos, uno de ellos a jornal en Presidencia de la UPR, para poder comprar las maletas y la ropa de frío.
Si no hubiera tenido el alivio económico de la exención de matrícula combinada con la beca Pell, no hubiera podido estudiar para mantener mis notas y realizar todas las actividades extracurriculares que me sirvieron para ganar las becas privadas de excelencia académica y servicio a la comunidad que recibí para completar mi presupuesto ni hubiera obtenido toda la experiencia que me ha ayudado en mi desempeño profesional y como estudiante graduada.
Como estudiante de Derecho, pagué la matrícula de mi primer año con la beca legislativa y otras dos becas privadas. Un trabajo a tiempo parcial no era suficiente para cubrir mis demás gastos, por lo que tuve que tomar préstamos. Había evitado esta alternativa anteriormente, porque para una persona de clase trabajadora no es tan fácil repagar los préstamos y ya había tenido la experiencia de la quiebra de mi mamá, que tiene el efecto de que te traten como si no existieras. Los otros dos años de Derecho, he participado en el Programa de Experiencias Académicas y Formativas (PEAF) del Decanato de Estudios Graduados e Investigación (DEGI), que dirigía Ana Guadalupe antes de ser colocada como rectora interina. El PEAF brinda exención de matrícula y un estipendio mensual de $800 a estudiantes graduados/as que trabajan como ayudantes de investigación y en tareas similares en la Universidad.
Sin todas esas ayudas e incentivos económicos, no hubiera ni soñado ser abogada. Ahora estoy muy cerca de alcanzarlo, pero, no podría hacerlo sabiendo que le quieren arrebatar las oportunidades que yo tuve a miles de estudiantes que tienen los mismos problemas de recursos que yo y las mismas metas que yo. No podría ser tan malagradecida luego de haber aprovechado la educación de calidad que el Pueblo de Puerto Rico me ha subvencionado. No podría invocar el Derecho viendo cómo le violan los derechos a mis compañeros y compañeras sólo por oponerse a pagar una crisis fiscal que no causaron ellos/as, sino la mala administración de quienes están y han estado en posiciones de poder. No podría trabajar en un tribunal de justicia y dejar que esta injusticia ocurra sin hacer nada.
Por eso, cuando la presidente de la Junta de Síndicos, Ygrí Rivera, declara a la prensa que espera que “se den cuenta de que esto es una huelga irracional”, deseo que se atreva a decírmelo a la cara; a mí y a todos los estudiantes y todas las estudiantes que, como yo, han encontrado en la Universidad de Puerto Rico y en estas ayudas económicas su mejor, y tal vez única, opción para educarse, aspirar a sacar a sus familias de la pobreza y ser útiles a su sociedad. Que me mire a los ojos y me diga que esta lucha es irracional. A mí me sobran las razones.
Fuente: http://nananinas.blogspot.com/
Con este cuadro, a muchas personas –algunas me lo dicen con admiración, otras con incredulidad y otras desilusionadas- les parece ilógico que apoye la huelga estudiantil, que tiene muchos reclamos válidos, y el más importante de éstos es la derogación de la Certificación 98 de la Junta de Síndicos de la UPR, que pretende que estudiantes que reciben ayuda económica (entiéndase, beca federal Pell) no puedan recibir también exenciones por mérito académico o talento ni otros incentivos económicos.
Estoy en mi último año en la UPR. Los/as estudiantes graduados/as no recibimos beca Pell (aunque sí hay una ayuda económica de $1,000 llamada beca legislativa que, desde antes de la Certificación 98, se le niega a quienes reciben exención de matrícula por ser ayudantes de cátedra e investigación). Los estudios en Derecho que me podrían interesar realizar luego de obtener mi Juris Doctor no se ofrecen en Puerto Rico. ¿Por qué apoyo la huelga si, después de todo, no me afectarán los recortes propuestos y no me voy a beneficiar directamente de los acuerdos que se logren?
Mis compañeros y compañeras en esta lucha enfatizan en que hay que pensar en el colectivo antes que en los planes individuales de cada cual. Aunque creo en esa idea, mi razón para apoyar la huelga es muy individual.
En 1996, luego de que mi papá murió de cáncer del pulmón (¡no fumen!), teníamos miles de dólares en deudas por el año en que estuvo en tratamiento. Mi mamá tomó varios préstamos para poder pagarlas, intentando salvar el crédito perfecto que había tenido hasta entonces. Tocó muchísimas puertas para conseguir un trabajo como maestra en una institución privada, donde sólo le pagaban $1,000 mensuales. Obviamente, sus gastos sobrepasaban sus ingresos, por lo que tuvo que irse a quiebra, no a una quiebra en la que te perdonan todo sino a un capítulo (tipo) en el que te hacen un plan de pago. A pesar de esto, pagó el colegio en el que yo estudiaba hasta 1999, cuando decidí cambiarme a una escuela pública. Mientras, yo, desde los 12 años, trabajé todos los veranos en campamentos y programas similares para que mis gastos personales no afectaran más las finanzas del hogar. Mi hermano, con sólo 17 años, consiguió un trabajo a tiempo completo con el propósito de ayudar económicamente a mi mamá, pero embarazó a su novia y tuvo que dedicar su sueldo a su hijo.
Unos años después, mi mamá consiguió trabajo como maestra bibliotecaria en una escuela pública, por lo que su sueldo aumentó a $1,700 mensuales (es una vergüenza que se le pague tan poco a quienes le brindan el conocimiento básico a gran parte de la población). En el 2003, le exigieron completar un certificado posgraduado en Bibliotecología para mantener su puesto, por lo que, ese año, ella y yo cursamos nuestro primer año de estudios en la UPR, Recinto de Río Piedras.
Ese primer año, no tuve que pagar matrícula, porque me la pagó una beca de una fundación privada, que me gané estando en escuela superior. Asimismo, por los bajos ingresos de mi hogar, recibí la beca Pell completa y cualifiqué para el programa de estudio y trabajo, que es subsidiado con los mismos fondos de las becas Pell, a través del cual fui asistente de cátedra en la Escuela de Comunicación, donde estudié mi primera concentración. Trabajar dentro de la Universidad me permitió involucrarme en actividades extracurriculares, que enriquecieron mi desempeño académico.
Mi mamá y yo terminamos nuestro primer año en la UPR con promedios de 4.00, por lo que cualificamos para exención de matrícula de honor, que mi mamá tuvo en su segundo y último año de certificado y yo mantuve en mis restantes tres años de Bachillerato. Aunque el ingreso de mi casa nunca aumentó y se anunció que habían conseguido más dinero para becas Pell, cada año me redujeron más la beca y no me volvieron a otorgar estudio y trabajo, por lo que trabajé a tiempo parcial fuera de la Universidad para cubrir mis gastos. No desperdicié tiempo ni fondos; me gradué Summa Cum Laude, en cuatro años, con dos concentraciones y un certificado del Programa de Estudios de Honor.
A pesar de que no pagué hospedaje y vivo bastante cerca de la Universidad, en Santurce, todo el dinero de beca Pell que recibí y todos los sueldos que gané en mis trabajos los gasté en libros, copias, equipo audiovisual y otros materiales para mis clases, celular, gasolina, comida y pago del último año de la hipoteca de mi casa. En mi tercer año de Bachillerato, competí por ocho becas privadas, que me permitieron hacer un intercambio de un semestre en España. El semestre antes del viaje, tuve tres trabajos, uno de ellos a jornal en Presidencia de la UPR, para poder comprar las maletas y la ropa de frío.
Si no hubiera tenido el alivio económico de la exención de matrícula combinada con la beca Pell, no hubiera podido estudiar para mantener mis notas y realizar todas las actividades extracurriculares que me sirvieron para ganar las becas privadas de excelencia académica y servicio a la comunidad que recibí para completar mi presupuesto ni hubiera obtenido toda la experiencia que me ha ayudado en mi desempeño profesional y como estudiante graduada.
Como estudiante de Derecho, pagué la matrícula de mi primer año con la beca legislativa y otras dos becas privadas. Un trabajo a tiempo parcial no era suficiente para cubrir mis demás gastos, por lo que tuve que tomar préstamos. Había evitado esta alternativa anteriormente, porque para una persona de clase trabajadora no es tan fácil repagar los préstamos y ya había tenido la experiencia de la quiebra de mi mamá, que tiene el efecto de que te traten como si no existieras. Los otros dos años de Derecho, he participado en el Programa de Experiencias Académicas y Formativas (PEAF) del Decanato de Estudios Graduados e Investigación (DEGI), que dirigía Ana Guadalupe antes de ser colocada como rectora interina. El PEAF brinda exención de matrícula y un estipendio mensual de $800 a estudiantes graduados/as que trabajan como ayudantes de investigación y en tareas similares en la Universidad.
Sin todas esas ayudas e incentivos económicos, no hubiera ni soñado ser abogada. Ahora estoy muy cerca de alcanzarlo, pero, no podría hacerlo sabiendo que le quieren arrebatar las oportunidades que yo tuve a miles de estudiantes que tienen los mismos problemas de recursos que yo y las mismas metas que yo. No podría ser tan malagradecida luego de haber aprovechado la educación de calidad que el Pueblo de Puerto Rico me ha subvencionado. No podría invocar el Derecho viendo cómo le violan los derechos a mis compañeros y compañeras sólo por oponerse a pagar una crisis fiscal que no causaron ellos/as, sino la mala administración de quienes están y han estado en posiciones de poder. No podría trabajar en un tribunal de justicia y dejar que esta injusticia ocurra sin hacer nada.
Por eso, cuando la presidente de la Junta de Síndicos, Ygrí Rivera, declara a la prensa que espera que “se den cuenta de que esto es una huelga irracional”, deseo que se atreva a decírmelo a la cara; a mí y a todos los estudiantes y todas las estudiantes que, como yo, han encontrado en la Universidad de Puerto Rico y en estas ayudas económicas su mejor, y tal vez única, opción para educarse, aspirar a sacar a sus familias de la pobreza y ser útiles a su sociedad. Que me mire a los ojos y me diga que esta lucha es irracional. A mí me sobran las razones.
Fuente: http://nananinas.blogspot.com/
Exención de matrícula: Caso de Exito 801-ABRIENDO PUERTAS
La dedicación a la educación es el mejor valor que un padre le puede inculcar a su hijo, y más aún, un hombre a la sociedad. Como hija menor de una madre divorciada, que su único sustento era el seguro social, tuve que aprender a luchar por lo que quería y sobre todo enfocarme en mis estudios. Mi madre siempre me dijo que no podía ofrecerme lujo alguno, pero que sí haría todo lo posible por darme la mejor educación. Aunque muchos le decían que yo debía estudiar en escuela pública porque no teníamos dinero, ella les contestaba que era lo único valioso que me podía ofrecer. Ella siempre me decía que la eduación era lo más importante y que me aseguraría un mejor futuro. No es de extrañar que el mejor regalo que podía ofrecerle por su esfuerzo era ser una estudiante de excelencia, tanto en mis años de escuela hasta en la universidad.
A pesar que fuí aceptada en varias universidades de Estados Unidos para estudiar mi bachillerato, decidí ingresar a la Universidad de Puerto Rico Recinto de Rio Piedras, en la Facultad de Administración de Empresas (FAE). Aún con las becas privadas y préstamos que me ofrecían, no me iba a alcanzar para estudiar fuera de Puerto Rico. Por lo tanto, con apenas 17 años me dije: "¿para qué graduarme con casi $100,000 en deudas si puedo recibir una eduación de calidad a un precio menor? Peor aún, con tantas deudas, ¿Cómo iba a poder sufragar estudios graduados luego, si ahora se debe tener una maestría para adquirir un nivel competitivo mayor?
Cuando entré a la famosa IUPI, estaba enfocada que como no iba a estudiar a Estados Unidos, quería por lo menos irme de intercambio. Por tal razón, sobreviví mi primer año estudiando fuerte como siempre lo había hecho, para que mi madre se sintiera orgullosa, y trabajando para poder ahorrar todo lo recibido en beca. De otro modo, ¿Cómo iba yo a soñar con irme de intercambio? Obvio que mi madre no me lo podía costear. Tal fue mi esfuerzo, que terminé mi primer año de universidad con 4.0 de promedio. Fue entonces que recibí una hermosa carta de bienvenida al Cuadro de Honor de la FAE. La carta vino acompañada de una excelente noticia: tal honor me hacía merecedora de una exención de matrícula. ¿Qué tu me dices? ¿Que voy a estudiar gratis? Como se imaginarán, corrí por toda la casa con alegría exclamando: no pago matrícula, un año de estudios gratis. Me sentía afortunada por poder tener la dicha de no pagar por estudiar, el mejor regalo. Ya para mi segundo año, tenía más dinero disponible que iba directo a mi cuenta de ahorros que tenía como objetivo costearme los estudios de intercambio.
Cuando me fuí a orientar sobre el programa de intercambio me dijeron que habían dos planes de pago. El primero consistía de pagar el costo de la universidad que me recibía, unos $11,000 por el año. El segundo, muy atractivo, sólo pagaba lo que me costaban los estudios de la UPR. Por lo que analicé, si tengo otro año de exención de matrícula puedo estudiar en Estados Unidos gratis. Efectivamente, logré entrar nuevamente al Cuadro de Honor y me fuí a la Universidad del Estado de California, Recinto de Los Angeles pagando lo mismo de la UPR, nada. Por tal razón, todo lo ahorrado, la beca corriente y el préstamos estudiantil me sufragaron los costos de vivir un año en Los Angeles: $20,000 en total, aproximadamente.
Una vez de regreso, en mi cuarto año de universidad y como mi disciplina de estudio no cambió mientras estaba en el conocido CalStateLA, volví a ser merecedora de tal exención. Esto me ayudó a reponer mi presupuesto y volver a empezar. Además, continué el currículo de Drama para poder trabajar en mi segunda concentración, clases que empecé mientras estaba de intercambio. Sí, Administración de Empresas y Drama. Tremenda combinación para nutrirse de diferentes líneas de pensamientos. Con el uno, desarrollo las destrezas sistemáticas, con el otro las analíticas. Ahora en mi quinto y último año de estudios, suficiente para completar casi 180 créditos, muchos como para que salieran de mi pequeño bolsillo, tuve que tomar una decisión: Dejar el trabajo que tenía a tiempo parcial para participar en un programa de internado. Como estudiante, entendí que era importante adquirir experiencia profesional para tener mayores y mejores oportunidades de empleo luego de graduarme. Así fue, todo un semestre sufragando mis gastos básicos con la beca, que por la exención que llevaba recibiendo por cuarto año consecutivo, me sobraba completa. Logré sobrevivirlo y completar mi bachillerato general y la concentración en Mercadeo. Ya para el segundo semestre me dieron trabajo a tiempo parcial porque vieron en mí una empleada luchadora, fruto del esfuerzo realizado en mis últimos años. Y si el panorama entonces empezó a parecer casi perfecto, a mi abuela le encontraron cáncer. Como al trabajar tenía dinero suficiente para aportar a los altos costos de deducibles de consultas, medicinas y estudios médicos de mi abuela, con la beca sufragué los gastos personales: materiales de arte, libros, comida, gasolina, entre otros.
Ahora en mayo 2010, a tres semanas de terminar mi segunda concentración y al fin graduarme, luego de 5 largos pero fructíferos años, inició una lucha con la cuál me sentí identificada desde antes de que empezara. Una vez, en los pasillos de Drama encontré un pequeño papel que anunciaba que las exenciones de matrícula corrían peligro de ser eliminadas. No era menos que me indignara pues no podía creer que las oportunidades que tuve gracias a la exención, otros estudiantes ya no las podrían tener. Cuando inició, me dediqué a fomentar el apoyo a la inesperada huelga indefinida. Hoy, 16 de mayo de 2010, soy una estudiante que desistió de la idea de desfilar ante la multitud con toga y birrete para que más estudiantes puedan crecer, al igual que yo, a nivel académico, profesional y personal. Más importante que una ceremonia, lo es todo el conocimento y la experiencia ganada a través de la vida universitaria. Después de todo, gracias a esas oportunidades antes mencionada, puedo decir hoy que conseguí trabajo a tiempo completo en medio de todos los empleos que día a día se pierden. Sin la beca y sin la exención, sería un número más en las filas del desempleo. Espero que se abran las negociaciones y la lucha llegue a sus fin con la celebración de que muchos otros podrán disfrutar al igual que yo de una educación superior de calidad y gratuita.
Jucely Salgueiro, BAE
A pesar que fuí aceptada en varias universidades de Estados Unidos para estudiar mi bachillerato, decidí ingresar a la Universidad de Puerto Rico Recinto de Rio Piedras, en la Facultad de Administración de Empresas (FAE). Aún con las becas privadas y préstamos que me ofrecían, no me iba a alcanzar para estudiar fuera de Puerto Rico. Por lo tanto, con apenas 17 años me dije: "¿para qué graduarme con casi $100,000 en deudas si puedo recibir una eduación de calidad a un precio menor? Peor aún, con tantas deudas, ¿Cómo iba a poder sufragar estudios graduados luego, si ahora se debe tener una maestría para adquirir un nivel competitivo mayor?
Cuando entré a la famosa IUPI, estaba enfocada que como no iba a estudiar a Estados Unidos, quería por lo menos irme de intercambio. Por tal razón, sobreviví mi primer año estudiando fuerte como siempre lo había hecho, para que mi madre se sintiera orgullosa, y trabajando para poder ahorrar todo lo recibido en beca. De otro modo, ¿Cómo iba yo a soñar con irme de intercambio? Obvio que mi madre no me lo podía costear. Tal fue mi esfuerzo, que terminé mi primer año de universidad con 4.0 de promedio. Fue entonces que recibí una hermosa carta de bienvenida al Cuadro de Honor de la FAE. La carta vino acompañada de una excelente noticia: tal honor me hacía merecedora de una exención de matrícula. ¿Qué tu me dices? ¿Que voy a estudiar gratis? Como se imaginarán, corrí por toda la casa con alegría exclamando: no pago matrícula, un año de estudios gratis. Me sentía afortunada por poder tener la dicha de no pagar por estudiar, el mejor regalo. Ya para mi segundo año, tenía más dinero disponible que iba directo a mi cuenta de ahorros que tenía como objetivo costearme los estudios de intercambio.
Cuando me fuí a orientar sobre el programa de intercambio me dijeron que habían dos planes de pago. El primero consistía de pagar el costo de la universidad que me recibía, unos $11,000 por el año. El segundo, muy atractivo, sólo pagaba lo que me costaban los estudios de la UPR. Por lo que analicé, si tengo otro año de exención de matrícula puedo estudiar en Estados Unidos gratis. Efectivamente, logré entrar nuevamente al Cuadro de Honor y me fuí a la Universidad del Estado de California, Recinto de Los Angeles pagando lo mismo de la UPR, nada. Por tal razón, todo lo ahorrado, la beca corriente y el préstamos estudiantil me sufragaron los costos de vivir un año en Los Angeles: $20,000 en total, aproximadamente.
Una vez de regreso, en mi cuarto año de universidad y como mi disciplina de estudio no cambió mientras estaba en el conocido CalStateLA, volví a ser merecedora de tal exención. Esto me ayudó a reponer mi presupuesto y volver a empezar. Además, continué el currículo de Drama para poder trabajar en mi segunda concentración, clases que empecé mientras estaba de intercambio. Sí, Administración de Empresas y Drama. Tremenda combinación para nutrirse de diferentes líneas de pensamientos. Con el uno, desarrollo las destrezas sistemáticas, con el otro las analíticas. Ahora en mi quinto y último año de estudios, suficiente para completar casi 180 créditos, muchos como para que salieran de mi pequeño bolsillo, tuve que tomar una decisión: Dejar el trabajo que tenía a tiempo parcial para participar en un programa de internado. Como estudiante, entendí que era importante adquirir experiencia profesional para tener mayores y mejores oportunidades de empleo luego de graduarme. Así fue, todo un semestre sufragando mis gastos básicos con la beca, que por la exención que llevaba recibiendo por cuarto año consecutivo, me sobraba completa. Logré sobrevivirlo y completar mi bachillerato general y la concentración en Mercadeo. Ya para el segundo semestre me dieron trabajo a tiempo parcial porque vieron en mí una empleada luchadora, fruto del esfuerzo realizado en mis últimos años. Y si el panorama entonces empezó a parecer casi perfecto, a mi abuela le encontraron cáncer. Como al trabajar tenía dinero suficiente para aportar a los altos costos de deducibles de consultas, medicinas y estudios médicos de mi abuela, con la beca sufragué los gastos personales: materiales de arte, libros, comida, gasolina, entre otros.
Ahora en mayo 2010, a tres semanas de terminar mi segunda concentración y al fin graduarme, luego de 5 largos pero fructíferos años, inició una lucha con la cuál me sentí identificada desde antes de que empezara. Una vez, en los pasillos de Drama encontré un pequeño papel que anunciaba que las exenciones de matrícula corrían peligro de ser eliminadas. No era menos que me indignara pues no podía creer que las oportunidades que tuve gracias a la exención, otros estudiantes ya no las podrían tener. Cuando inició, me dediqué a fomentar el apoyo a la inesperada huelga indefinida. Hoy, 16 de mayo de 2010, soy una estudiante que desistió de la idea de desfilar ante la multitud con toga y birrete para que más estudiantes puedan crecer, al igual que yo, a nivel académico, profesional y personal. Más importante que una ceremonia, lo es todo el conocimento y la experiencia ganada a través de la vida universitaria. Después de todo, gracias a esas oportunidades antes mencionada, puedo decir hoy que conseguí trabajo a tiempo completo en medio de todos los empleos que día a día se pierden. Sin la beca y sin la exención, sería un número más en las filas del desempleo. Espero que se abran las negociaciones y la lucha llegue a sus fin con la celebración de que muchos otros podrán disfrutar al igual que yo de una educación superior de calidad y gratuita.
Jucely Salgueiro, BAE
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